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Soy Lela

Recuerdo de verano

Recuerdo de verano

No recordaba cuándo habíamos llegado, pero no me quejé ni pregunté. Amaba el mar, las olas acompasadas y el sonido de la brisa. A unos tres metros de nosotras se encontraba el océano y, desde ahí, sobre las rocas que ponían su límite a la playa, podíamos ver la perfección de la naturaleza, el verdor del agua e incluso algunos peces pasando muy por encima de ella. Era perfecto, paradisiaco, pero no solo estaba absorta con el paisaje; de vez en cuando, sin que ella se diera cuenta, la miraba: estaba sentada sobre una roca, abrazando una de sus rodillas, con su pelo castaño hasta los hombros; una camiseta blanca y amplia que se pegaba a su cuerpo con cada soplo de viento; unos jeans ajustados arremangados para poder caminar por la orilla del mar; y sus blancos pies descalzos. Llevaba un colgante de cuero alrededor del cuello del que pendía una rosa de plata, yo se lo había regalado poco después de habernos conocido. Su rostro limpio de maquillaje y su sonrisa amplia y sincera, evidenciaban su corta edad. ¿Cuántos años tenía? ¿Dieciséis, diecisiete…? Quizá eran más, pero su sencillez inmaculada la hacían parecer una niña. El contraste lo otorgaban sus ojos verdes y su mirada profunda e intensa, como si todo el conocimiento del mundo se acumulara en ese par de pupilas.

Salí de mi ensimismamiento cuando oí unas pisadas detrás de nosotras. Volteé a ver, era una de nuestras compañeras de viaje. Es curioso, tampoco recordé su nombre en aquel momento. Nos avisó que debíamos volver a casa, donde nos esperaban nuestros padres. ¿Habíamos venido con nuestros padres? Ambas asentimos y ella se fue esperando a que reaccionáramos a su petición.

―¿Quieres volver? ―me preguntó Silvana, sus ojos verdes se clavaron en mí.

Negué con la cabeza. Ella sonrió, se levantó, dio un paso hacia mí y me tendió la mano para que me levantara también.

―Gracias ―le dije.

Ella se acercó y jaló mi mano, quedamos frente a frente. Nerviosa, sin saber bien por qué, retrocedí y la solté. Ella rio.

―Acompáñame, quiero que veas un lugar que encontré anoche, cuando salí a caminar.

―Pero nos están esperando…

―Serán unos minutos… ¿no quieres venir conmigo?

Asentí. Ella me ofreció su mano otra vez y la tomé. Una sensación de felicidad absoluta me recorrió todo el cuerpo, sentí que mi piel se erizaba y guardé silencio para seguir cada uno de sus pasos con cuidado.

Llegamos a un lugar desde donde no se veía el camino de regreso, si alguien iba a buscarnos, no nos iba a encontrar. Las rocas comenzaban a desaparecer para abrir paso a una arena gruesa y piedrecillas, luego solo había arena. Se detuvo y me indicó el mar; desde ahí se veía mucho más cerca, no estábamos tan por encima y al romper la ola nos salpicaba. Nos tendimos boca abajo apoyadas en los codos para mirar el agua y perdernos en ese verde azulado.

―Silvana, ¿puedes recordarme por qué estamos aquí?

―Es verano, estamos de vacaciones.

―Sí, pero… ¿cuándo llegamos exactamente?

―No seas tonta, Su, ¿acaso sufres de pérdida de memoria?

Rio, incrédula. Decidí seguirle el juego, ya recordaría sola lo que había pasado. Se acercó más a mí y me acarició el cabello, luego lo acomodó detrás de mi oreja.

―El viento va a volver a despeinarme.

―Entonces voy a anticiparme al viento.

Se acercó un poco más, tomó mi barbilla y me besó. Sentí que todo me daba vueltas, el sonido del mar y el silbido del viento se volvieron más intensos. Mi pecho se apretó y los latidos de mi corazón se dispararon. Me invadió una sensación como de vértigo, como si estuviera cayendo al vacío sin poder gritar. La humedad de sus labios se mezcló con la de los míos, su lengua entró en mi boca y la dejé seguir, aunque sentía que pronto me iba a desmayar. Fue un beso muy largo, cuando se apartó, yo estaba algo mareada.

―Silvana…

―¿Qué pasa? Pareciera que no quieres estar conmigo.

―No es eso, yo… siento que te he extrañado muchísimo, me alegra mucho estar a tu lado otra vez.

―Estás muy extraña, ¿cómo puedes extrañarme si nunca nos hemos separado?… Te quiero… y quiero estar contigo.

Volvió a besarme. Un sentimiento de melancolía y felicidad inmensa me desbordaron el alma. Creo que dejé escapar unas lágrimas sin que ella lo notara.

―Yo también quiero estar contigo…

Se quitó la polera dejando a la vista su bikini deportivo, se inclinó sobre mí y volvió a besarme. Apoyó una de sus manos en el piso y posó la otra en una de mis piernas, subiéndola despacio hasta llegar a mis muslos bajo el ligero vestido. Le besé el cuello y me aferré a su espalda, desabroché su bikini y este resbaló por sus hombros hasta dejar sus pechos descubiertos, luego llevé mis manos a sus muslos. Hábilmente, ella deslizó hacia abajo la tanga de mi traje de baño hasta quitármela, se levantó y se despojó de los jeans y sus hot pants, aproveché el momento para terminar de desvestirme. Una vez desnudas, volvió a cargar su cuerpo sobre el mío. Mi respiración se agitó y desee que me hiciera suya, aunque no entendía bien por qué estábamos allí ni recordaba lo sucedido los últimos días… estaba feliz, feliz de estar con ella.

―Su, quiero que me prometas que solo vas a estar así conmigo.

Asentí mirándola a los ojos y volvimos a besarnos hasta quedar sin aliento. Con sus labios bajó por mi cuello, mis pechos, mi abdomen, mis caderas… se detuvo un momento; tocó mi entrepierna, untó sus dedos de mí y se los llevó a la boca, luego sonrió sin dejar de mirarme. Se agachó, besó mi pelvis y más abajo; de pronto sentí su lengua en la parte más íntima de mi cuerpo. Tuve que taparme la boca para no gritar. Uno de sus dedos entró en mí, mientras su lengua se movía de arriba abajo por mi sexo… Deben haber pasado apenas un par de minutos cuando estallé en un grito de placer y dolor. Sentí algo tibio correr hacia abajo, por mis muslos. Ella se incorporó, echó su cabello hacia atrás, se acercó hasta mí y me dijo al oído que estaba orgullosa de ser la primera, al tiempo que me mostraba sus dedos con un poco de sangre, los metió en su boca, me besó y sentí mi propio sabor impregnado en Silvana. Me sonrojé y excité al mismo tiempo. Pensé que iba a perder el aliento por completo, cuando ella se apartó y me dejó respirar otra vez.

―Te amo ―susurré.

―Lo sé. Y ahora eres mía.

Se acomodó sobre mí de modo que su sexo y el mío pudieran tocarse, yo de espaldas al piso y ella de rodillas, con una de sus piernas entre las mías. Comenzó con un suave vaivén, sentí palpitar su entrepierna húmeda sobre mí y pronto ese suave movimiento se transformó en intensas embestidas. La sensación era alucinante, me sostuve de sus caderas para apegarla más a mí. Cuando su respiración se agitó y se volvió una con la mía, me miró; sus ojos brillaban como nunca y sus mejillas carmesíes anunciaban su clímax, sentí que una ola de calor se expandía por mi cuerpo y un nuevo estallido brotaría muy pronto, Silvana presionó su sexo palpitante contra el mío, miró hacia arriba y la oí intentar contener un grito sin éxito. Su entrepierna mojó la mía y aquel estallido de pulsaciones y un cosquilleo descontrolado volvieron a apoderarse de mí. Nuestras voces se perdieron en el eco de las olas al romper contra las rocas y se fueron con la brisa marina. Silvana se dejó caer a mi lado, agitada. Nos miramos, ambas de espaldas en el piso, y me tomó la mano. Yo estaba sumida en un letargo inexplicable, no me sentía capaz de reaccionar. Cerré los ojos.

―Silvana, no te alejes de mí, nunca… promételo.

―Lo prometo, pero no puedo dejar que te duermas aún, Su, vamos, tienes que despertar…

No debí hacerle caso, solo debí dormirme ahí, a su lado. Cuando volví a abrir los ojos, estaba de nuevo en mi cama, abrazada a su recuerdo. Con el rostro empapado en lágrimas y la frente perlada de sudor.

No estoy segura si aquel verano es ahora un recuerdo lejano o parte de mi imaginación, solo sé que una de estas noches voy a dormirme tomada de su mano y ya no volveré a despertar jamás.

"Amante de las letras, los misterios de la noche y los gatos. Romántica por esencia, pasional por instinto. Enamorada de su primer amor..."

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