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Por los viejos tiempos (2)

Soy Lela

Por los viejos tiempos (2)

Por los viejos tiempos (2)

Me acerqué hasta quedar frente a ella y seguí moviéndome. Karina, sentada en uno de los cojines, me miraba desde abajo, atenta a cada uno de mis movimientos y poniendo especial atención en mis caderas. La canción iba a la mitad cuando posó con cuidado sus manos en mis piernas, a la altura de los muslos, acompañando mis movimientos. En lugar de sentir nervios, una cosquilla cálida me recorrió toda la piel. Ella me dedicó una sonrisa y se puso de pie, sus manos subieron a mi cintura y comenzamos a bailar juntas, muy lento. Sus manos se sentían como brasas sobre mis muslos, mis caderas, mi abdomen. Ávidamente me desabrochó el sostén y me lo quitó sin despojarme de la polera. Me acarició por sobre la tela y ese juego táctil únicamente sirvió para que la ropa comenzara a estorbarme, iba a sacarme la prenda, pero ella me detuvo, puso mis manos alrededor de su cuello y ella bajó las suyas por mi vientre. Poco a poco fue subiendo hasta llegar a mis pechos y los acarició de afuera hacia adentro, sin llegar a mis pezones. Se me escapó un gemido y me hundí en su pecho.

―Karina, te deseo…

―Lo sé ―dijo y llevó sus pulgares hasta mis pezones, para hacer círculos sobre ellos.

―Quítate la ropa… ―pedí.

―¿Tienes prisa?

―Hay toque de queda…

―Déjame pasar esta noche contigo…

Dejó de acariciar mis pechos para quitarme la polera, me enlazó por la cintura con uno de sus brazos y con el otro tomó mi rostro, acarició una de mis mejillas y puso su frente sobre la mía. Nos quedamos mirando fijo, mis ojos le suplicaban que me hiciera suya y ella lo sabía; el mar de su mirada estaba embravecido. Sentí su aliento muy cerca de mi boca y luego vinieron sus labios, cerré los ojos y nos fundimos en un largo beso que terminó cuando a ambas nos faltó el aliento. Karina me levantó y me afirmé de su cintura con las piernas, caminó conmigo así hasta llegar a mi habitación, me depositó con cuidado sobre la cama para poder desvestirse. Yo estaba jadeando, sentía el pecho agitado y la sangre en mis venas corría caliente y palpitante. Se recostó desnuda junto a mí y me besó mientras me ayudaba a quitarme el resto de la ropa. Cuando estuve desnuda también, se detuvo a mirarme.

―Nunca había visto un cuerpo tan perfecto como el tuyo.

Era claro que lo había hecho, el suyo propio era perfecto también, al menos para mí: sus pechos grandes y firmes, su abdomen trabajado, sus curvas sensuales, su piel trigueña… iba a decírselo cuando me besó el cuello, tomó mis manos y las pasó por sobre mi cabeza en una llave. Dejé escapar un quejido, me vi a centímetros de su cuerpo y estaba ansiosa por sentirlo sobre mí, pero ella me torturó un poco más; besó mis pechos y pasó la punta de su lengua por mis pezones, empecé a quejarme, sentí que algo cálido salía de mi entrepierna y recorría mis muslos hasta aterrizar en la cama… nunca había estado tan mojada.

―Karina… ―dije con la voz entrecortada.

―¿Qué pasa? ¿No te gusta…?

―Claro que me gusta…

Siguió lamiendo mis torturados pezones y mi respiración agitada delataba mis deseos, quería más, la deseaba, todo mi cuerpo reclamaba por ella. Karina se apiadó de mí y succionó mis pezones, primero uno y luego el otro. Con una de sus piernas presionó mi sexo palpitante y húmedo. Se acercó a mi rostro y me besó mientras sus caderas se movían en suave vaivén sobre mí. Liberó mis manos y se irguió, se acomodó de manera tal que su sexo pudo tocar el mío, en la famosa posición de tijeras, y comenzó a moverse sobre mí. Me llevé una mano a la boca, estaba muy excitada. Ella estaba tan mojada como yo, lo noté por el calor que emanaba de su entrepierna y porque la cama seguía humedeciéndose bajo mis muslos. Ella se movía cada vez más rápido y yo sentía mi clítoris hincharse más y más, hasta hacer fricción sobre el suyo, ambas empezamos a quejarnos y mi voz unida a la suya se perdía en un único y profundo gemido. Me sostuve de sus caderas y comencé a moverme también, la fricción se hizo más intensa y me mordí el labio, estaba cerca, pero no quería acabar primero.

―Karina… estoy muy, muy cerca…

―Yo también, estoy por correrme… pero me voy a asegurar de que te vayas antes.

No hubo tregua, Karina sabía cómo moverse y lo hacía muy bien. La fricción me estaba matando, mi clítoris se sentía hinchado y comenzaba a doler, ya no pude aguantar más y una electricidad me recorrió por completo.

―Karina, Karina, para… no…

―Córrete, Sybe… me iré contigo.

Siguió moviéndose cada vez más rápido y haciendo más presión, yo no podía parar de quejarme, cada embestida me hacía tocar el cielo. Ella siguió moviéndose, una y otra vez, hasta que me llevé ambas manos a la boca para ahogar un grito… una onda de calor me recorrió todo el cuerpo y cada una de mis terminaciones nerviosas vibró hasta saciarse. Karina dejó escapar un profundo quejido y echó la cabeza hacia atrás, su sexo palpitante estalló en placer mojando mi entrepierna y la cama bajo nuestros cuerpos. Los quejidos poco a poco fueron transformándose en suspiros y estos en una respiración agitada que de a poco retomó su curso. Karina se dejó caer a mi lado y me tomó la mano, nos quedamos viendo el techo unos segundos y comencé a reírme.

―¿Qué te parece tan gracioso?

―Que hicimos mucho escándalo… de seguro mis vecinos nos escucharon.

―¿Eso te avergüenza? ―preguntó volteándose hacia mí, yo también la miré.

―La verdad… me excita.

Acaricié su rostro y la besé. Sus labios eran tan suaves y cálidos…

―¿Quieres seguir deleitando a tus vecinos?

―Por supuesto…

Iniciamos una intensa sesión de besos y caricias, me atreví a tocarla y ella guio mis manos por sus piernas, sus caderas, su cintura. Quise complacerla como lo había hecho conmigo y comencé a besar su cuello, acaricié sus pechos y jugué con sus pezones que rápidamente se pusieron duros. Como por instinto quise llevármelos a la boca y me dispuse a lamerlos y succionarlos.

―Sybe, ten cuidado…

―Lo siento, lo haré más despacio…

Continué lamiendo y succionando, comencé a mojarme y noté que Karina lo disfrutaba, pues había cambiado el ritmo y volumen de su respiración. Quise aventurarme a besar su abdomen, sus caderas y su vientre, estuve a punto de llegar a su entrepierna cuando ella se sentó en la cama y me detuvo.

―Acuéstate…

―Pero…

―Hazme caso ―me dijo sonriendo y guiñándome un ojo.

Me tumbé de espaldas sobre la cama y ella se posicionó sobre mí. Me besó largo rato, se acomodó entre mis piernas y comenzó a presionar su pelvis contra la mía. Su sexo aún emanaba ese intenso calor que tanto me gustaba. Aquel juego de roce me estaba volviendo loca, entrelazó sus manos a las mías y me mordisqueó el cuello y parte del hombro derecho.

―¿Quieres dejarme una marca? ―pregunté.

―¿Por qué no? No es como que alguien te la vaya a ver… ―dijo y volvió a morderme el cuello para luego succionarlo hasta hacerme doler. No me molestó.

El roce me estaba provocando el mismo placer de las tijeras, la temperatura subió en cuestión de segundos y cada embestida de su pelvis me arrancaba un quejido. Cuando estuve muy cerca de tener un segundo orgasmo, Karina se detuvo y soltó mis manos.

―¿Qué pasa? ―pregunté.

Por respuesta ella me dedicó una sonrisa y la vi bajar por mi abdomen, acarició mis piernas y besó la parte interior de mis muslos, yo solo me dejé llevar. Bajó un poco más y cuando estuvo a la altura de mi vientre llevó su cabeza a mi entrepierna, pasó un dedo por mi entrada y notó lo húmeda que estaba, exhaló sobre mi sexo y luego sentí su lengua pasar muy levemente sobre este, me estremecí. ¿Cómo lo hacía para saber exactamente dónde tocarme? Mi respiración agitada se transformó en suaves gemidos, Karina pasó su lengua con cuidado al principio y luego de manera más intensa, se ayudó con una de sus manos para jugar con mis pliegues y antes de que pudiera decir algo introdujo dos de sus dedos en mí. Gemí más fuerte, sentí sus dedos empezar a moverse, entrando y saliendo al tiempo que su lengua hacía círculos sobre mi clítoris. “Si, sí… no pares”, le dije varias veces. Siguió penetrándome lento mientras su lengua y labios hacían lo suyo con mi sexo, de pronto noté que cada vez le era más difícil entrar en mí y me di cuenta de que estaba cerca de tener un orgasmo de nuevo. Ella apresuró sus movimientos táctiles mientras succionaba mi enorme clítoris a punto de estallar. Llevé mis manos hacia su cabeza y la presioné al compás de sus movimientos, una, dos, tres, innumerables veces. El calor hizo presa de mí nuevamente y antes de que me diera cuenta estaba corriéndome, ella quitó sus dedos e introdujo su lengua para beber mi orgasmo que me arrancó un grito y unas cuantas lágrimas. Tras unos ocho o diez segundos, recién terminaba de correrme, nunca había tenido un orgasmo tan largo y aún podía sentir las contracciones dentro de mí. Respiré profundo y cerré los ojos, puse uno de mis brazos sobre mi frente y el otro descansando sobre un costado. Karina subió hasta mí y se recostó a mi lado, la oí lamerse los dedos y dejar escapar una risita.

―No… no te burles ―le dije muy despacio, apenas estaba recuperando el aliento.

―No me rio de ti, preciosa… me da risa que vengamos a hacer esto después de tantos años.

―No puedo creer que haya malgastado tanto tiempo… qué suerte la tuya, se nota que tienes mucha experiencia ―la miré de reojo, ella me estaba mirando, seria.

―¿Te cuento un secreto…? No tengo tanta experiencia como crees, eres la tercera mujer con la que estoy…

Me incorporé lo más rápido que pude, estaba algo temblorosa. La miré, incrédula.

―¿Cómo que la tercera? ¡Si desde que te conozco te gustan las mujeres! ¿Tan pocas novias has tenido?

―Una sola… la que pensé que sería el amor de mi vida. La conocí antes de estar con Fernando, al terminar con él volvimos y salimos un tiempo, en forma clandestina.

―¿Y ella te inició a ti?

―Se podría decir que “nos iniciamos” juntas. ―Rio.

―¿Y la segunda…?

―Eso fue en un carrete en la U… salimos unos meses, pero no resultó. Al parecer, no soy mucho del gusto de otras mujeres. El resto de mis experiencias ha sido con hombres.

―Entonces… ¿Cómo es que sabes hacerlo tan bien? Nunca me había corrido así.

―No es que “sepa”, es algo que se da… simplemente quería estar contigo. El sexo no necesita un manual, pero sí que ambas personas se deseen.

―Me encantas, Karina.

―Y tú a mí…

Nos miramos fijo y volví a perderme en sus ojos. Me acerqué a ella, nos besamos de nuevo y las caricias empezaron a fluir otra vez.

Quizás ella tenía razón y siempre tuve un miedo injustificado. El deseo no es algo que deba aprenderse, sino darse de manera mutua.

Esa noche, en la que casi amanecimos entregándonos la una a la otra, lo supe. Y, ¿Quién sabe? Mientras dura la cuarentena, quizá tenga tiempo suficiente para convencer a Karina de que deje Santiago y vuelva a su tierra, a su familia, al hermoso sur… y a mí.

"Amante de las letras, los misterios de la noche y los gatos. Romántica por esencia, pasional por instinto. Enamorada de su primer amor..."

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