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Por los viejos tiempos

Soy Lela

Por los viejos tiempos

Por los viejos tiempos

Ibamos a volver a vernos después de nueve años. Karina y yo nos habíamos conocido por esa época del 2009 cuando el que se supone que sería mi pololo, nos presentó. Todavía recuerdo ese día con cariño y nostalgia; era un catorce de enero y el sol de Concepción pegaba fuerte sobre el cemento; era la hora en qué más calor hacía: las doce del mediodía. Nuestra cita era a las doce y treinta y yo me había atrasado, estaba nerviosa, ansiosa y, por qué no decirlo, algo asustada.

Por esos años aún era frecuente conocer personas por chat y por el tan famoso Fotolog, que hoy no es más que un recuerdo vintage. En fin, yo seguía una página de Fotolog en la que subían fotos de rockeros y metaleros de Santiago y regiones, era algo así como una vitrina para escoger alguno (o alguna, también había uno de mujeres) de los guapos que figuraban allí. Todos los días había un galán diferente y recuerdo haber comentado más de una vez cuando uno de los chicos me parecía atractivo… Hasta que lo vi a él: tez clara, ojos color miel, largo cabello liso, rasgos de vikingo… Sin más preámbulos hice clik en el link de su Fotolog personal y le hablé. Nos agregamos a Messenger y todo fluyó de manera magnífica, excepto por un detalle: él era de Santiago… y cinco años mayor. Yo tenía diecisiete en ese entonces, por lo que tener un novio a distancia y mayor que yo, no era una opción. Pero no todo estaba perdido, Marco, que así se llamaba, tenía un mejor amigo, Fernando y este tenía una prima en Concepción; el plan era contactarme con ella y convencer a mi mamá de que ese día me reuniría con “una amiga”.

Doce con treinta y cinco, recién me había bajado de la micro y comencé a caminar rápido hasta llegar a la pileta de la plaza. Me senté en uno de los bordes de la pileta protegido por la sombra de un árbol y revisé mi teléfono, no había recibido ningún mensaje, así que asumí que Marco estaría por llegar. Miré al cielo despejado y, cuando volví la vista al frente, el corazón me comenzó a latir acelerado; a lo lejos reconocí a Marco, venía con Fernando y Karina, la chica con la que se supone que me reuniría. Es curioso, pero no centré mi atención en Marco, sino en ella: de estatura media, largo cabello negro hasta las caderas; un busto prominente cubierto por una ajustada polera de Iron Maiden, con un generoso escote; y unos jeans oscuros. También llevaba accesorios varios, cadenas, pulseras y un choker de cuero adornando su cuello. Marco y su amigo vestían al estilo trash metal, llevaban el cabello largo y suelto. Cuando estuvieron muy cerca, sentí la vista de los tres posarse sobre mí y me cohibí un poco, ella me miraba con detención y sus ojos verdes me intimidaron. Cuando la había contactado por chat casi no habíamos hablado y en su avatar tenía la foto de una banda.

―Hola… ―saludé tímidamente.

Ellos sonrieron y luego de que Marco me besara en la mejilla y me abrazara, me presentó a sus amigos. De inmediato decidimos ir hasta el barrio universitario para visitar algunos de los restobares ubicados en la Plaza Perú, encontramos uno que nos agradó y nos ubicamos en las terrazas.

Empezamos conversando cosas triviales, luego de música, de lo que cada uno hacía y esas cosas. Llegaron dos pitchers rebosantes de espuma y el mesero los puso al centro de la mesa, nos servimos y brindamos por el encuentro que tanto habíamos planeado. 

En cosa de minutos empezamos a reírnos y a entrar en confianza los cuatro, la cerveza ayudó, por cierto. Noté que Fernando miraba a Karina con dulzura, le acariciaba el cabello y ella dejaba reposar su cabeza sobre el hombro de él. Marco me rodeó con su brazo y comenzó a acariciar mi rostro:

―Eres mucho más bonita que en tus fotos ―me dijo pasando una de sus manos por mi mejilla―, me encanta el azul de tus ojos. 

Le di un beso en la comisura de los labios y él respondió dándome un beso en la boca. Habíamos esperado ansiosos por ese momento, sin embargo, no se sintió tan especial; al menos para mí.

Fernando y Karina estaban acaramelados también. Terminé mi segundo vaso de cerveza y minutos después sentí ganas de ir al baño; Karina me acompañó. Entramos al local y cuando cada una salió de su cubículo nos ubicamos frente al lavamanos, nos lavamos las manos, arreglamos nuestro cabello y aprovechamos de retocarnos un poco el maquillaje, el típico delineado negro en los ojos y rojo carmesí en los labios.

―Fue una grata sorpresa conocerte, Sybilla ―me dijo Karina.

―Digo lo mismo de ti ―respondí.

―Lo digo en serio, te imaginaba altanera y distante, pero resultaste ser sencilla y divertida ―me dijo mirándome por el espejo.

―¿Por qué me imaginabas altanera?

―Porque eres demasiado bonita como para ser de otra forma. Estamos en Chile y tú pareces sacada de la portada de un disco de Épica, pero rubia, ¿dónde se encuentra una mina como tú aquí?

Para mí no era algo especial mi aspecto, ya me habían dicho antes que tenía un leve parecido con Simone Simons, pero nunca lo había tomado en serio. Me sonrojé y bajé la mirada mientras guardaba el labial en mi bolsillo.

―También eres bonita… 

―Ven, acércate ―me dijo.

Obedecí, ella levantó mi mentón, me miró con detención y pasó con cuidado su pulgar por debajo de mi labio izquierdo. Un cosquilleo me recorrió desde el cuello hasta el final de la espalda.

―Listo, tenías labial.

Me quedé mirándola, ella también me observaba. Pude percibir cierta tensión y desvié la mirada, ella sonrió.

―Tienen que estar esperándonos ―le dije.

―Cierto, es mejor que salgamos o van a pensar que me estoy aprovechando de ti.

―¿Qué?

―Me gustan las mujeres ―dijo con soltura y en tono orgulloso―, ¿no se me nota?

―…Pero sales con Fernando ―respondí, confundida.

―¿Y por eso no me pueden gustar las mujeres?

Por instinto retrocedí unos cuantos pasos y sentí una perilla clavárseme en la espalda, ella se acercó, se apoyó contra la puerta detrás de mí y clavó sus ojos verdes en los míos.

―Karina… yo… ―balbuceé, ella se inclinó sobre mí, sentí el corazón apretado y cerré los ojos.

Karina me dio un beso en la mejilla y dejó escapar una risa coqueta.

―Estoy bromeando contigo.

―¿Qué? ¿Era mentira que te gustaban las mujeres?

―¡No!, eso era verdad. Pero no le haría algo así a un amigo, ven ―Me tomó de la mano―. ¡Vamos!

―O sea que, si Marco no fuera tu amigo, tú…

―Tranquila, no me aprovecharía de ti… es obvio que no soy tu tipo.

―¿Ah, sí? ―pregunté desafiante―, ¿y cuál sería mi tipo?

―De partida… un hombre…

No pude contener la risa y no me atreví a desmentirla, después de todo… era cierto, obviamente me gustaban los hombres… aunque no me hubiera desagradado que ella me besara…

Recuerdo haber estado cerca de una o dos horas más con ellos y luego regresé a mi casa. Bueno, está demás decir que mi relación a distancia no resultó, y la de Karina y Fernando tampoco. Por otro lado, ella y yo seguimos estando en contacto, salimos algunas veces, pero siempre con amigos. Muchas veces me pregunté por qué no volvió a tocar el tema, quizá aquella tarde de enero solo había actuado conmigo como con cualquier otra después de un par de tragos, en fin, no le di más vueltas al asunto y seguí disfrutando de aquella extraña y esporádica amistad, hasta el 2011. Ese año Karina se fue a vivir a Santiago para ejercer allá como profesora de literatura; después de eso perdí todo rastro de ella. Yo inicié una carrera relacionada con la salud, pero no convencional, lo mío eran las terapias naturales. Admito que pasé unos años bastante inquietos y que salí con muchas personas. No recuerdo en este momento por qué dejamos de hablar Karina y yo, solo sé que nunca volvió a conectarse al Messenger, su Facebook desapareció y no tuve cómo dar con ella… hasta este año.

Después de largos meses asediada por la crisis social y luego por la estúpida pandemia, mis actividades se limitaron bastante; la cuarentena me impedía salir y no había mucho que pudiera hacer. Una tarde, el recuerdo de Karina acudió a mi mente y, como tenía todo el tiempo del mundo, decidí buscarla de nuevo… Nada, no pude dar con ella. Pasé así varios días, hasta que buscándola di con un amigo que teníamos en común, uno al que no le hablaba hacía mucho, pero que tenía información sobre ella, me envió un link por Facebook y, para mi sorpresa, era el perfil de Karina. Nunca la habría encontrado por mi cuenta, se había cambiado el nombre y, al parecer, era una cuenta que llevaba poco, lo deduje por las escasas fotografías. Le envié un mensaje y tres días después, me respondió.

No tardamos mucho en ponernos al corriente, tanto ella como yo estábamos felices de haber vuelto a hablarnos. Me contó que tenía que viajar a Concepción para ver a su familia, pues estaba sola en Santiago y pensaba pasar unos días en el sur. No dudé en invitarla a mi casa y ella no tardó en decirme que me visitaría apenas estuviera en la ciudad. Sería una visita breve, el martes dos de junio a eso de las seis de la tarde; tomaríamos algo y ella se iría antes del toque de queda.

La mañana del martes desperté con una inusitada alegría. Me levanté de un salto para ir por un café cargado e iniciar mi día. Las horas se me hicieron eternas, pero cuando dieron las seis, sentí que el reloj apuró su paso para torturarme: acomodé los enormes cojines que estaban de living y redecoré lo mejor que pude. En la mesa de centro puse velas, incienso, los vasos y una botella de licor de higo que yo misma había preparado. A eso de las seis con cuarenta y cinco tocaron la puerta, yo estaba sacando el hielo del refrigerador.

―¡Ya voy! ―grité, dejé los hielos en un pequeño recipiente junto a las otras cosas en la mesa y abrí.

―Pasa, me pillaste ordenando todavía… ―la invité a entrar, apenas mirándola.

―Hola, Sybe… ―Ella era la única que me decía así―. Tú no cambias nada, ¿tienes un pacto con el diablo o qué?

Ambas sonreímos y nos dimos un cálido abrazo. La Karina que estaba frente a mí era muy diferente de la que yo había conocido, esta era mucho más sobria en cuanto a su apariencia y parecía más adulta… más seria, aunque aún vestía de negro. Entró y, como era el protocolo, le indiqué dónde estaba el baño para que se lavara las manos y limpiara sus cosas. El puto coronavirus me tenía paranoica. Cuando volvió nos sentamos en los cojines y le serví un vaso.

―¿Y…? ¿Te costó mucho hacer el trámite para salir de Santiago? ―estaba algo nerviosa, pero no quería que lo notara.

―La verdad es que no, tengo un amigo que me consiguió un permiso de trabajo. ―Bebió un sorbo―. Está rico, ¿qué es?

―Licor de higo, lo hice yo.

―¿Desde cuándo estás tan apegada a la madre tierra? Te conocí metalera y ahora te encuentro hippie ―rió.

―No, hippie no, ¡nada que ver…! Y sigo escuchando metal, ¿sabes? ―Me levanté y puse en el computador un disco de Within Temptation, dejé el ordenador en el suelo para poder manejarlo desde ahí―. Cuando empecé a estudiar medicina natural puse en práctica la “vida natural consciente”.

―Y eso ¿en qué te diferencia con un hippie…?

―¡Aaaaarggggh…! ¡En que no me la paso todo el día escuchando música de los setenta, fumando hierba y teniendo sexo grupal! ―le respondí un poco irritada, siempre odié que me trataran de hippie en tono despectivo.

―Calma, Sybe, era una broma. Aunque, ahora que mencionaste la hierba se me antojó fumar un poco. Hace años que no lo hago.

―¿Años? La Karina que conocí fumaba cada vez que salíamos. ―Bebí un sorbo de licor―. Para suerte de tu antojo, tengo mi propia planta…

―O sea que estás a punto de ir a buscar un poco de hierba para mí.

―En cuanto te acabes ese vaso.

Bebió lo que le quedaba de un trago y me pidió otro, se lo serví.

―Mucho mejor. Admito que tu licor no me ha hecho ni cosquillas.

―Tenle respeto, si lo tomas muy rápido te vas a embriagar antes de que te des cuenta.

―Para serte sincera… este último tiempo he estado bebiendo bastante, quizá por eso no me afecta el licor de ciruela.

―De higo ―corregí.

―Bueno, tu licor casero.

―Si quieres algo más fuerte, tengo un tequila que no he abierto, lo estaba guardando para una ocasión especial.

―Hace nueve años que no nos vemos… ¿no cuenta como ocasión especial?

Le dediqué una sonrisa y fui por el tequila, partí algunos limones y busqué mis vasitos para servir los shots. Luego volví al living.

―Listo, aquí está el trago “fuerte”, su majestad.

―Supongo que vas a brindar conmigo, como antes…

―¿Cómo antes? ¿Quieres embriagarte?

―Quiero embriagarte a ti. ―Me miró con malicia y esa misma sensación de cuando estuvimos por primera vez a solas en el baño, volvió a mí.

Serví los vasos, brindamos por los viejos tiempos y nos tomamos el primer shot. Hacía mucho que no bebía algo industrializado, sentí que me quemaba la garganta y me mareé un poco.

―Así que quieres embriagarme, ¿ah? Siempre te gustó jugar a coquetear conmigo.

―El juego era mutuo, Sybe.

―Lástima que solo haya sido un juego ―dije de pronto, al parecer el alcohol estaba haciendo efecto.

―¿Querías que te coqueteara en serio?

―¿Y por qué no?

―Quizá porque siempre estuviste emparejada con algún tipo y tenía que limitarme a comportarme…

Ella tenía razón, puede que mi aspecto fuera inusual después de todo. Siempre fui cortejada y me sobraban pretendientes, lo curioso es que nunca me interesé de verdad en alguno.

―Nunca me atreví a contarte esto ―le dije―, pero cuando estaba en el liceo siempre tuve curiosidad por saber cómo era estar con una mujer… no le decía eso a nadie, obvio, me daba terror que mis amigas me miraran diferente.

―A ver, ¿cómo es eso? Si cuando estabas en el liceo ya habías tenido al menos dos ex pololos antes de conocer al Marco.

―Era pendeja, inmadura… quería hacer lo mismo que todas.

―Ahora entiendo por qué te fijaste en él, es tan lindo que parece mina ―rio.

―Karina… cuando te conocí, bueno, ese día que nos presentaron; te presté más atención a ti que a él.

Karina guardó silencio y se sirvió otro shot.

―¿Por qué nunca me lo dijiste?

―¿Cómo querías que te dijera algo de lo que me avergonzaba?

―Lástima, pude haberte iniciado… ―Alzó una ceja y bebió su tequila.

―Lo dices como si se tratara de un trámite ―dije, ofendida.

―Tonta. Tú tampoco me eras indiferente, lo supiste desde el primer momento.

―Pensé que estabas jugando conmigo.

―¿Y…?

―¿Cómo que “y”?

―¿Aún quieres que te coquetee…? ―dijo acercándose para tocar mi cabello, me puse nerviosa.

―¿Estaría mal si digo que sí?

―Claro que no… además, me encantaría ser la primera en acariciar esa delicada piel tuya… ―Se acercó a mi cuello y respiró sobre él.

―¿Y quién te dijo que serías la primera? ―pregunté, altanera.

―¿Ya estuviste con alguien? ―Me miró con sorpresa.

―Solo fueron besos, con algunas chicas en una discoteca. ―Dejé escapar un suspiro―. Nada especial… no me agradó en realidad.

―Entonces… ¿no te gustan las mujeres?

―No me gustaron esas mujeres, Karina… pero siempre me has gustado tú.

―¿Y ahora me lo vienes a decir? Te has perdido de mucho.

Se acercó a mí, deslizó una de sus manos por debajo de mi polera y me enlazó por la cintura. Su mano estaba algo fría y eso hizo que me erizara.

―Siempre fantaseé contigo, pero nunca me atreví a decírtelo ―confesé.

―¿Por qué, pensaste que te iba a decir que no?

―Nunca alguien me ha dicho que no…

―Lógico, eres un trofeo.

―No sé si ofenderme o sentirme alagada.

―Eres preciosa ―Se acercó más y hundió su rostro en mi cabello.

―¿Aún quieres fumar? ―le dije, alejándome con sutileza, ella me soltó. 

―Claro. ―Se pasó una mano por el pelo―. Te espero.

Me levanté nerviosa y con el rostro acalorado. Me dirigí rápido a mi habitación y una vez allí respiré aliviada. Estaba pasando… ella se me estaba insinuando de manera nada sutil, estaba loca por probar sus labios, tocar su piel; pero ¿y si no sabía hacerlo? ¿Si a ella no le gustaban mis caricias? Tenía la teoría de cómo era hacer el amor con una mujer, pero de la teoría a la práctica… Tomé la pipa de agua, la hierba, un encendedor y salí. Al menos fumando me relajaría un poco…

―Listo ―dije triunfal―, aquí tengo todo. 

Ella sonrió y me vio poner la hierba en la pipa. Sirvió otro tequila para cada una.

―Espero que sea de la buena…

―Tengo la mejor hierba de Concepción.

Brindamos de nuevo y después de beber encendí la pipa, se la ofrecí. Ella sonrió, la tomó y aspiró lentamente, cerrando los ojos. Retuvo el humo un rato y luego exhaló de a poco.

―Te toca.

Fumé también y eché la cabeza hacia atrás, me encantaba ese ligero mareo que me producía la primera bocanada de humo. Fumamos unas cuantas veces más y comencé a sentirme más libre y confiada, mi hierba tenía la particularidad de agudizar los sentidos y dejar aflorar las emociones.

―¿Sabes, Sybe?, siempre me pregunté qué hubiera pasado si ese día en el baño te hubiera besado.

―Nunca te hubiera rechazado…

―¿No? ¡Pero si intentaste escapar a penas me acerqué! ―dijo en tono burlón.

―Me pusiste nerviosa…

―¿Y aún lo hago?

Sonreí, pausé el disco y puse “The curse” de Agnes Obel. Empecé a moverme al ritmo de la música sin dejar de mirarla, al parecer, mis nervios habían desaparecido. Con cuidado me quité el ancho sweater y jugué con la polera de pabilos que llevaba debajo, subiéndola un poco para dejar mi vientre a la vista.

―¿Qué crees tú? ―le dije guiñándole un ojo, me pasé las manos por el cuello, el pecho y por debajo de la polera al compás de las notas.

―Ven ―ordenó―, báilame más de cerca.

CONTINUARÁ…

"Amante de las letras, los misterios de la noche y los gatos. Romántica por esencia, pasional por instinto. Enamorada de su primer amor..."

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