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Vil recuerdo de abril

Soy Lela

Vil recuerdo de abril

Hace doce años, en una noche de abril como esta, se suponía que iba a estar por primera vez con otra mujer. Ella era mía, en el más amplio sentido de la palabra: sus besos, sus ojos, su voz, sus “te amo”… todo lo que ella era y que yo tanto
amaba; era mío. A eso de las ocho de la tarde preparé mi mochila con lo necesario para quedarme a dormir con “mi amiga”, como le había dicho a mi mamá. Sí, a los dieciocho años, por más adulta que uno sea, aún vive con los padres; al menos, ese era mi caso.
Metí mi pijama de dos piezas en la mochila; era bastante infantil, pero no importaba, lo verdaderamente relevante era lo que llevaba debajo de la ropa en ese momento.
Cuando llegué a su casa y la encontré esperándome en la entrada, me puse a temblar. Llevábamos un año exacto de habernos conocido y dos meses de “relación”. Así es, ella había sido mi amiga y, sin que me diera cuenta, se había convertido en mi todo; ella era todo lo que yo podía querer… nunca antes me había interesado así por alguien y menos por una mujer; hasta que la conocí.
Desde que éramos algo más que amigas, y ella había decidido dejar a un lado su antigua relación para estar conmigo, nunca habíamos tenido una instancia a solas, aquella sería la primera. Sus hermanos pequeños veían una película con su madre en el living, nosotras estábamos en su pieza, haciendo cualquier cosa para desviar nuestra atención de lo que era obvio que iba a suceder en un par de horas, o quizá menos. Eran cerca de las once, pronto todos se irían a dormir.
Cuando la casa estuvo en silencio, ella fue al baño, volvió y me dijo que podía ir a lavar mis dientes si quería. Obviamente fui, necesitaba un poco de tiempo, sentía que se me iba a salir el corazón por la boca; estaba tan nerviosa que podía oír mis latidos. Cuando volví a la pieza, ella estaba en la cama. Me desvestí sin mirarla, me puse el pijama y me acerqué a la cama, de inmediato, ella se movió hacia la pared para que yo pudiera acostarme a su lado. Cuando lo hice, apagó la luz.
En la habitación reinó el silencio. Ella estaba mirándome, apoyada sobre el lado derecho de su cuerpo. Su mano izquierda se posó sobre mi vientre, luego subió hasta mi pecho y la dejó quieta allí unos segundos. Mi corazón comenzó a latir
más fuerte, más furioso, como si estuviera siendo sometida a una tortura. Noté, en la oscuridad, que ella sonreía. Acercó sus dedos a mi cuello, acarició mi rostro y me besó. Nos besamos largo rato hasta que dejé de temblar y me sentí un poco menos asustada. Intenté tomar la iniciativa y me posicioné sobre ella, besé su rostro, su cuello, sus labios muy suavemente; ella desabrochó mi sostén y rozó apenas con las yemas de sus dedos la base de mis pechos. Mi respiración volvió a agitarse y temblé como una hoja, me dejé llevar por el impulso y la besé de manera más intensa, pero al hacerlo, ella me apartó.
Me recosté a su lado con el corazón desbocado y la miré; no sabía por qué se había detenido así, tan abruptamente. Ella solo me miró de vuelta, me dio un beso en la frente y me dijo: “Buenas noches”.
Cuando amaneció, recordé lo que había pasado, iba a vestirme y a irme a mi casa antes de que ella despertara. Me había desvestido hacia arriba, mi sostén estaba desabrochado y mal ubicado, así que me lo quité para ponérmelo de nuevo,
estaba en eso, cuando sentí su mano acariciar mi espalda. Sentada sobre la cama, me di vuelta para verla, me tomó de los hombros, me llevó hacia atrás y se dejó caer sobre mí. Pude ver sus ojos recorriéndome la piel, luego sus manos,
finalmente sus labios. Besó mi cuello y parte de mi busto, sus manos ávidas buscaron bajo la parte de abajo de mi pijama, me quejé. Estaba nerviosa, inmóvil… no supe por qué, pero sentí ganas de llorar. Ella se detuvo, sonrió
tristemente y dijo que me traería el desayuno.
Vestidas, sentadas sobre la cama, tomamos café con un par de tostadas. No tocamos el tema, francamente solo quería irme de allí y ella no me detuvo cuando, al terminar mi café, lo hice. A diferencia de otras veces, no fue a dejarme al
paradero.
Esa tarde, en mi casa, recibí un mensaje de texto de su de teléfono, pero no era ella quien escribía, sino la joven a la que había dejado, a la que, supuestamente, ya no veía:
“Deja tranquila a la persona que más amo en el mundo, si de verdad la amas, desaparece de su vida, solo la confundes y la haces sufrir”.
El aire se congeló en mi pecho, tiré el teléfono al piso y me eché sobre mi cama a llorar, el dolor que venía de adentro era tan intenso que cada lágrima parecía cortarme la piel. No había querido estar conmigo por ella… Se veía con ella mientras salíaconmigo.
Años después me la encontré en un lugar público, para mi sorpresa, se acercó a mí y me saludó. Le pregunté sin titubear por qué no había sido capaz de hacer el amor conmigo aquella noche lejana, esperando oír de sus labios la verdad. Me
respondió que no había querido hacerme daño; la miré, escéptica, y me fui.
Lo que ella nunca supo fue que al haberme engañado me había destruido y que su intento por evitar hacerme daño, me había dañado más que cualquier cosa… que después de eso; después de doce años, aún me hace doler el alma… que
aún me hace sentir deseos de llorar.

"Amante de las letras, los misterios de la noche y los gatos. Romántica por esencia, pasional por instinto. Enamorada de su primer amor..."

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