─Eres la otra mitad de mí ─susurró, mientras me acariciaba las piernas por debajo
de la falda y me besaba el cuello.
─Me gusta serlo ─respondí, con la respiración agitada y las manos tras la espalda,
apoyada contra el espejo del ascensor.
─¿Puedo…? ─preguntó subiendo una de sus manos hacia mi entrepierna.
─¿Qué? ¿Aquí…?
Había conocido a Daniela un par de meses antes. Yo era nueva en el condominio y necesitaba el dato de alguien que supiera hacer mantenciones electrodomésticas. Puse el anuncio en conserjería y esa misma tarde, ella llegó hasta mi puerta.
─Vine por el anuncio.
─¿Usted es…?
─Por favor, no me trates de usted, si debemos tener la misma edad.
─Perdona, pasa. ¿Quieres un café? Así hablamos y te cuento sobre las cosas que necesito arreglar.
─Bueno. Me llamo Daniela.
─Carolina, un gusto.
Desde ese día, solíamos vernos. Nadie sabía sobre nosotras, no era posible ni concebir la idea; ¿qué pensarían nuestros vecinos? ¿Qué pasaría sí…?
─Estás haciendo mucho ruido… tendré que detenerme ─dijo, haciendo el ademán de retirar la mano de donde la tenía.
─No…
─¿No, qué?
─No pares…
─Pídemelo.
─No pares, Daniela…
Me besó para sellar mis labios y siguió acariciándome sobre la húmeda prenda de lencería blanca, oculta bajo mi falda de mezclilla. Ella disfrutaba esos juegos, sabía que no podíamos hacer mucho en el lapso del piso uno al diez, pero aún así, siempre lo hacíamos. Seguimos besándonos por algunos segundos, hasta que sentí el piso del ascensor comenzar a detenerse, el vértigo me hizo cosquillas en el estómago. La aparté de mí.
─Estás muy agitada, deberías aprender a disimular ─me dijo, burlona.
─Y tú deberías contenerte, al menos en lugares públicos… ─respondí.
Ella sonrió, yo sonreí también. La verdad, lo disfrutaba tanto como ella. Piso diez; las puertas se abrieron, salimos y fuimos a mi departamento.
─¡Llegué! ─avisé al entrar. Gabriel estaba terminando de revisar mi lavadora.
─Mi amor, la vecina del #315 te está esperando, yo voy a quedarme un rato aquí con la Carito.
Gabriel se acercó a nosotras, me dijo que arregláramos cuentas a fin de mes, besó a su esposa en la frente y se fue a trabajar. Cuando salió, cerré la puerta con pestillo y miré a Daniela, ella sonrió.
─¿Y…?¿En qué habíamos quedado, vecina?
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