Estaba apenas comenzando el karaoke y ya me
sentía algo mareada. Haber ido con el estómago vacío había sido una idea
pésima, de hecho, haber ido había sido una idea pésima…
Estaba en la casa de Renata, la chica a la
que había hecho un par de clases particulares de finanzas hacía algunos meses. Ella
estaba en pregrado, en tercer año; yo, por mi parte, me encontraba sacando mi
segundo postítulo. Habíamos congeniado bien y luego de haberle hecho las
clases, seguimos conversando por WhatsApp de vez en cuando. A mi novia no le
había gustado para nada que entablara amistad con ella, Maya siempre fue celosa,
pero el último tiempo había estado sinceramente agotadora, revisaba mi teléfono,
estaba atenta a mis llamadas y me había celado en público antes de empezar la
cuarentena en una tienda comercial.
En fin, estaba en casa de Renata, solo
ella, yo y dos amigas suyas que eran pareja. Sí, a Maya no le gustaba que
conversara con ella porque para mi novia cualquier mujer, sobre todo otra
lesbiana, significaba una amenaza. Las últimas semanas encerrada con ella en
casa habían sido un calvario, ya no teníamos tema de conversación, discutíamos
por nimiedades y sus celos constantes me tenían al borde de los nervios. Nunca
pensé que estar con la persona amada veinticuatro siete significara tanto
sacrificio, pero así estaban las cosas. Ella había encontrado un mensaje en mi
celular de una amiga con la que alguna vez tuve algo sin importancia y se había
enojado tanto que decidió echarme de la casa. Tomé unas cosas y me fui a quedar
con una de mis mejores amigas, esa misma tarde me escribió Renata invitándome a
su casa, medio en broma, medio en serio. Es cierto, fui una irresponsable por
salir, pero en mi defensa diré que me encontraba en la misma comuna y que usé
mi mascarilla y guantes todo el tiempo.
Cuando llegué a casa de mi exalumna esta me
recibió con sorpresa, pues nunca había aceptado una de sus invitaciones. Me
indicó dónde estaba el baño y me dijo que tomara una ducha, que dejara mi ropa
en la lavadora y me pusiera algo de ropa suya para que no hubiera posibilidad
de contagio del maldito Covid… por suerte siempre que salía llevaba una muda de
ropa interior y esta vez no había sido la excepción. Le encontré sentido y
obedecí.
Cuando salí de la ducha, me sequé y me
vestí con unos jeans rasgados en las rodillas, una polera ancha y unas
zapatillas de lona, dos tallas más que la mía. Me veía algo cómica, pero en
tiempos de pandemia lo que usara o no carecía de sentido. Me acerqué al comedor
y estaban las chicas reunidas en un círculo sobre la alfombra, poniendo música
y bebiendo whisky con energética. “Nicky, por fin te conocemos”, me
dijeron las muchachas. Al parecer Renata les había hablado bastante de mí. Me
integré y recibí un vaso de la dichosa mezcla, dudé al principio antes de beber,
pero luego de un rato me dejé llevar por la música, el grato ambiente, la buena
compañía y la agradable sensación de sumergirme en un sueño, provocada por la
bebida.
―Así que escapaste…
―me dijo Renata después de servirme un segundo vaso.
―No escapé en
realidad, me echaron de mi casa, no puedo escapar de casa si no tengo una
―respondí con resignación alzando los hombros.
―¿Quieres hablar?
Asentí y le conté
sobre mi discusión con Maya.
―¿Sabes? Si yo
estuviera en pareja, tampoco me gustaría que mi novia hablara con amigas con
las que tuvo algo que ver… ―comentó sobre lo que le había contado.
―Solo
fue sexo, nada más. Luego seguimos siendo amigas ―me
defendí―. Pensé que por ser menor eras más abierta de mente…
―Que sea más joven
no es sinónimo de que sea promiscua ―me dijo frunciendo el ceño.
―Bueno, lo siento.
Es solo que suelo dar poca importancia a cosas como esa.
―No deberías, el
sexo es importante. ¿Sabías que las personas con las que estableces relaciones
sexuales quedan ligadas para siempre en tu plano espiritual? Somos como una
red, quienes se atrapan en ella, dejan algo suyo en nosotras.
―¡Iuuuk, qué asco!…
―No es de forma
física, es una metáfora ―rio―. ¿Quieres proponer una canción? ―apuntó la
pantalla en la que se reproducía el karaoke.
―Más tarde, no
estoy lo suficientemente ebria como para cantar. ¿Sabes? Eso que dijiste de la
red… ¿de verdad lo crees?
―No es algo que
haya inventado yo. Lo leí en alguna parte.
―No sabía que te
gustaran ese tipo de lecturas, ya sabes… tan espirituales y eso, la gente de
números somos bien concretas y escépticas.
―Dices eso porque sabes
muy poco sobre mí, nunca quieres conversar mucho rato conmigo.
―No es que no
quiera… es… Maya.
―¿Tanto miedo le
tienes? ―Me miró sonriendo, le quedaba perfecto el labial oscuro en contraste
con sus blancos dientes.
―No es miedo, es…
no sé cómo explicártelo.
―Tranquila.
Comprendo por qué es tan celosa contigo.
―¿Ah, sí?
―Sí. Tu actitud despreocupada
debe inquietarle… también tu visión sobre el sexo. Si para ti no significa nada
un encuentro casual, es muy probable que ella piense que te acostarás con
cualquiera un día de estos.
―¿Ahora la
promiscua soy yo?
―¡No! ―rio de
nuevo―. Pero tu visión es mucho más abierta que la suya… además. ―Puso su mano
sobre una de las mías, con la que me estaba apoyando en la alfombra―. Tienes
que admitir que tienes lo tuyo, ya sabes a qué me refiero.
―No, realmente no
lo sé ―dije, genuinamente sorprendida―. Nunca me he sentido muy atractiva, soy
más bien bastante sencilla, una mujer común y corriente; pelo castaño, ojos
cafés… estatura media…
―No es
tu físico lo que te hace atractiva, es tu forma de ser, tan segura, desafiante,
tu mirada sincera…
La pareja de amigas
se volteó a vernos, llevaban un rato cantando solas y quisieron pasarnos el
micrófono, pero Renata les hizo un ademán con la mano y siguieron en lo suyo.
―¿Estás
sincerándote conmigo?
―Sí.
CONTINUARÁ...
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