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INCOMODIDAD: ¿Más rivales que amigas?

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INCOMODIDAD: ¿Más rivales que amigas?

INCOMODIDAD: ¿Más rivales que amigas?

De la mano de Mailen Ema Sofía, te invitamos a viajar por una linea de notas que abordarán temas INCOMODOS que en algún momento debemos conversar, debatir, pensar, actuar, por la importancia que tienen para cada un@, sobre todo en estos días. Atención!

En este constante cuestionar las cosas, se metió este tema a mi cabeza como un descubrimiento maquiavélico de como se han coartado los poderes femeninos en pro del patriarcado. De que maneras tan sutiles pero eficaces se ha perpetuado la idea de que entre mujeres siempre existe una continua competencia, que no somos tan confiables entre nosotras, que son más comunes los chismes o malas intenciones. Es tal la idea de que la camaradería es netamente masculina que recién en el año 1925, el escritor Miguel de Unamuno, acuña en una de sus novelas y textos un concepto solo para referirse a la solidaridad entre mujeres.

La sororidad es lo que hoy entendemos como la hermandad entre mujeres y ha sido un concepto fuertemente utilizado en las distintas aristas del feminismo para dar a entender la importancia de una alianza basada en el apoyo mutuo y la complicidad, que nos permita romper el esquema de la competitividad que tanto tiempo nos ha separado. Pero para romperlo primero debemos entender de donde viene, como se incrusta y luego extiende a nuestros vínculos y relaciones.

Hagamos el ejercicio de pensar en los modelos que tuvimos durante la infancia, inevitablemente los cuentos e historias de nuestra niñez tuvieron diversos efectos en como vemos y vivimos las relaciones. En dichas historias siempre había un hombre dispuesto a salvar del calvario a la princesa. Princesa que había sido condenada por una bruja, una madrastra o una reina maliciosa que envidiaba su pureza y belleza. Envidia que surge sin mayor motivo alguno que el ser objeto de deseo para aquel hombre. Hombre que figura como el proveedor de una vida feliz y prospera.

Estas fábulas que tanto escuchamos o vimos durante la infancia, refuerzan la idea de que las mujeres necesitamos de alguien externo a nosotras para resolver y completar nuestra existencia, y que el indicado para ello siempre será un hombre. Porque ellos tienen fuerza e inteligencia, saben pelear y engañar a sus adversarios, pueden protegernos de otros hombres y alejarnos del mal, no sufren de neurosis o histeria, por ende, son confiables y sabios. Nunca fue otra mujer en igualdad de condiciones la que ayudaba a la princesa, o ella misma incluso, utilizando sus hasta entonces, desconocidas capacidades.

Luego, si seguimos revisando lo que nos han enseñado de nosotras mismas, tenemos esta supuesta naturaleza conflictiva propia de nuestra excesiva emocionalidad y sensibilidad, que de alguna forma siempre logra provocar las caídas de los imperios y los desastres del mundo. Así como lo hizo Eva al escuchar a la serpiente y desobedecer a Dios expulsándonos del paraíso, o como cuando Pandora abrió su caja diseminando todos los males sobre la humanidad, así como Eris la diosa griega de la discordia que con una manzana provocó la guerra de Troya. Las grandes mujeres de la humanidad se nos presentan de carácter inestable e irracional, frágiles o vengativas. Siempre provocando la pugna entre los hombres o dando cabida al pecado y con ello, a la culpa.

Podría seguir varias planas con distintos ejemplos que apuntan a lo mismo. A esa información inserta en la cultura general que nos dice que entre varones se tiende a la cofradía, que por naturaleza surge en ellos la fraternidad, pero que entre mujeres debemos mantenernos alertas, porque en el fondo somos unas arpías cizañeras, siempre tramando algún plan.

Y de seguro, cada quién tendrá su historia tipo “amigas y rivales”, todes en algún punto hemos vivido la traición y sentido la insidia. Pero ya es tiempo de observarnos en profundidad y comprender que gran parte de nuestros comportamientos han sido adquiridos a través de la cultura que habitamos. Y que, si esa cultura nos dice que entre mujeres las relaciones son conflictivas o que debemos competir con otras para ser más validadas, de seguro que nos plantearemos las relaciones desde una actitud defensiva y repitiendo los códigos que nos ha inculcado el patriarcado. Que nos dice que la otra es una perra, zorra, víbora, puta o maraca si no actúa como queremos. Que nos invita a juzgar el cuerpo de otras, medirlo en nuestra escala de parámetros y ridiculizarlo incluso. Que nos plantea continuamente que los grupos de mujeres libres, empoderadas y que desarrollan su auto aceptación, no son más que locas histéricas que necesitan mostrar las tetas para llamar la atención.

“Somos las nietas de las brujas que no pudiste quemar”

Esa frase siempre me recuerda como nos pintaron a esas mujeres cultas, independientes y poderosas que se reunían en continua celebración y reflexión, porque eran guías con múltiples conocimientos que funcionaban como canales con otros planos o energías, utilizando las propiedades de hierbas y minerales para ayudarse entre ellas y a otras personas. Fueron mujeres eruditas que atemorizaron a los hombres y a la iglesia, que por su sabiduría fueron humilladas y masacradas, denostadas hasta crear una imagen terrorífica de ellas.

Cambiar paradigmas requiere modificar el lenguaje y la comunicación, re-escribir las historias y sus finales vanos. Experimentar en carne propia los cambios que desean generarse, para que desde la experiencia desarrollemos los argumentos necesarios que validan nuestra postura. En mi caso, estoy decidida a fomentar la hermandad, la camaradería, el apoyo mutuo y la sororidad. Creo que los lazos femeninos están llenos de ternura y empatía cuando somos capaces de trascender a nuestros miedos y diferencias. Entre mujeres he crecido, he llorado, he sido libre, me he desnudado sin miedo. Entre amigas me he fortalecido, he decaído y me he refugiado. Y anhelo eso para cada una de mis compañeras.

“No son nuestras diferencias las que nos dividen. Es nuestra incapacidad para reconocer, aceptar y celebrar esas diferencias” Audre Lorde

Película recomendada: Thelma y Louise

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