Ser mujer y gustar de mujeres hoy en día y en este país es duro. Si hay algo de lo que todas conocemos es el miedo. Miedo a que te discriminen, miedo a ser agredida, miedo a que dejen de amarte, miedo a ser rechazada e incluso miedo a ser asesinada. Sentí culpa por amar a quien no debería e incluso intenté ser diferente.
No conozco a ninguna persona heterosexual que haya tenido que contárselo a su familia con aprensión y temores. No conozco a heterosexuales que no sepan a que médico ir que no le discrimine o no sepa ayudarle. No sé de alguien despedido de su trabajo por ser heterosexual. No sé de gente heterosexual privada de vivir maternidades y paternidades por sus preferencias sexuales.
Pero si conozco muchísimos casos a la inversa, he sufrido, sentido y llorado todo lo anterior en innumerables ocasiones. Pero también conozco algo que ese gran universo heterosexual no conoce y es el amor de una comunidad que no se conoce pero se siente. He sentido la piel de otra sobre mi piel, su olor y su sabor. Conozco la solidaridad y sororidad. Sé de acogidas con amor y brazos abiertos. Vi con mis propios ojos a mujeres y hombres reinventar el amor. Sacarlo de dentro y transformarlo para gritarlo hacia fuera. Sentí en cada uno de mis huesos el agradecimiento.
Ser disidente el día de hoy no es fácil y no debería de ser así, es cierto. Pero hay cosas hermosas en esta vida a las que solo llegas si atraviesas ese dolor. El amor que nos damos día a día y la posibilidad de vivir lejos de prejuicios o mentes cerradas es algo valioso y que me permite ser una mejor versión de mi misma. No es fácil y ha sido duro, pero no lo cambiaría por nada y espero que ustedes tampoco.
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