Ella tenía esa belleza similar a la de los atardeceres de verano: clara, sublime, cálida… al verla sonreír siempre me invadía una paz profunda, una sensación de nostalgia, un dejo de melancolía.
Siempre me pareció muy hermosa, demasiado quizá. Su cabello claro, sus ojos verde mar, su piel blanca y su aire noble; una princesa caminando entre los pueblerinos, grácil y dulce, siempre distinguida. Yo me sentía un pobre caminante siguiendo sus pasos, un mendigo de su amor inalcanzable, de una mirada de esos ojos bellos. Me bastaba verla de lejos y conformarme con una sonrisa suya, aunque no fuera para mí, y debiera quedarme a la sombra de sus ojos para no importunarla porque no me sentía digna de tanta perfección.
Pero los sueños se cumplen, dejé de serle invisible una tarde de invierno en la que nuestros caminos se cruzaron. Ella iba saliendo de una librería y yo estaba a punto de entrar, sus ojos me vieron y me dedicó una sonrisa, le abrí el paso y la vi alejarse mientras el viento mecía sus cabellos terminados en rizos. La amaba, no cabía duda. Mi corazón acelerado latió sin compasión hasta hacerme doler el pecho. La había amado siempre, es cierto, pero no había tenido la oportunidad de verla tan cerca de mí y quizá no la tendría de nuevo, entonces la seguí. Toqué su hombro y le pregunté si tomaría un café conmigo, le comenté que habíamos sido compañeras de escuela hacía algún tiempo… Sonrió de nuevo y aceptó mi propuesta, temí que la realidad destrozara mis sueños y me enrostrara una verdad dolorosa, que me presentara a una joven indiferente, pero no fue así. Ella era más de lo que había imaginado, era todo lo que mi corazón deseaba…
Pasaron los meses y nuestra historia se vistió de matices románticos, de tardes juntas, de inviernos acurrucadas con la excusa de evadir así el frío. Sus labios dulces me daban vida, su existencia era el motivo de la mía y mis deseos se encarnaban en una sola palabra antes de irme a dormir; “ella”. Ella llenaba cada espacio de mi ser, cada centímetro de mi piel… ella lo era todo.
Han pasado muchos años desde aquel entonces, y hoy, después de haber muerto entre su brazos para volver a la vida en un beso y verme desnuda bajo su cuerpo perfecto, en el calor de un abrazo luego de haber sido una, unidas ella y yo, vuelvo a despertar en sus ojos, vuelvo a respirar de su boca y las lágrimas se me escapan con un “te amo”. Ella besa mi frente, se recuesta a mi lado y rodea mi cuerpo con uno de sus brazos tibios. Cierro los ojos y pienso que morir no me importaría, que a su lado tuve más felicidad de la que se puede conocer en este mundo, que he estado con un ángel…
“También te amo”, me dice, y me sumo de nuevo en un sueño, subo a esa nube en la que abrazada a ella floto por el cielo infinito… y ya nada me importa, no me importa no volver a despertar.
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