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Soy Lela

Elizabeth

Elizabeth

Y, una vez más, ahí estaba yo, esperándola. Creo haber perdido la cuenta de las veces que la esperé en el mismo lugar, a la misma hora.

Ella era algo maligno, venenoso y terriblemente adictivo. Sus ojos me dejaban mirar sin ver lo que escondían sus pupilas y su boca estaba llena de secretos que nunca me iba a contar. Siempre tuve que adivinar lo que quería, lo que sentía, lo que me iba a decir. Aunque admito que eso también me gustaba, era parte de su misterio, de ese enigma que nunca llegué a comprender, pero que sentía tan propio, tan mío.

Eran las cinco de la tarde, fui a aquel café que sabía que ella frecuentaba y, sin tener una cita, sin haberla visto en mucho tiempo, yo figuraba sentada en una de las mesitas arrimadas a la pared. Llevaba cerca de una hora ahí, iba a irme cuando ella cruzó la puerta. Mi Elizabeth, sí, digo mía porque sé que lo es, aunque ella misma aún no lo sepa; me pertenece. La conocí cuando era una joven de no más de diecisiete, ahora, después de cinco años, era una mujer hermosa. Nos cruzamos por esas casualidades de la vida y congeniamos, desde ese entonces, teníamos algo indefinido, una amistad algo extraña: yo la deseaba sin amarla y ella me había amado alguna vez sin que yo le correspondiera, por eso me detestaba, por eso quería librarse de mí.

Cuando me vio se acercó con algo de recelo, la última vez habíamos hablado por teléfono y ella me había pedido que no la buscara más.

―Alicia, pensé que habías dejado de venir por estos lados…

Sus ojos me indicaban que estaba intranquila, no esperaba encontrarme ahí. Seguramente pensó que al haberme dicho que no quería volver a verme yo iba a cambiar de cafetería, ilusa. Con más razón la frecuentaba, todos mis recuerdos con ella estaban allí.

―Solo aquí preparan el café tal como me gusta, creí que lo sabías.

Se sentó en la silla que estaba a mi lado.

―Escucha, yo… lo siento si fui algo dura contigo, pero la verdad, no me siento cómoda saliendo contigo, perdona si no te lo dije en persona.

―No te preocupes. No hay necesidad de que salgas conmigo, de hecho; ¿cuándo hemos salido? Creí que lo nuestro se limitaba a una amistad con ciertos beneficios, siempre he tenido novios y tú algunas novias… y eso no nos impidió vernos durante años.

―Lo sé, y es por eso que te pedí que te alejaras… nuestra “amistad” ya no me hace sentir bien. Varias veces he intentado tener algo serio con alguna chica, pero tu presencia siempre las espanta y… no puedo negar que me gustas, que lo paso bien en la cama contigo, pero…

―Pero ¿qué?

―Pero no te amo. Nunca va a haber un “tu y yo” para nosotras.

Me acerqué para poder hablarle al oído.

―No me importa si me amas o no, solo quiero que me cojas de vez en cuando.

Ella se alejó, me miró seria, levantó una de sus manos para darme una bofetada, pero la sostuve en el aire, la atraje hacia mí y la besé.

―Alicia, por favor, déjame ir ―dijo cuando liberé sus labios, no obstante, no hizo mayor esfuerzo por resistirse.

Volví a acercarme, exhalé en su oído y la sentí temblar.

―Oblígame a dejarte ir… ―susurré, luego besé su cuello.

―Alicia, te lo suplico…

―Amo cuando suplicas.

Elizabeth tomó mi rostro entre sus manos y me besó largamente.

―¿Es eso lo que querías? ¿Estás feliz ahora?

Apenas se había separado de mí cuando una muchacha, bastante joven, entró buscando a alguien con la mirada. Cuando nos vio caminó hacia nosotras.

―Alicia ―dijo Elizabeth cuando la chica llegó hasta la mesa―, ella es Javiera. Mi novia.

―Hola, cariño. ―La saludé con un beso en la mejilla.

―Hola… tú eres…

―Una vieja amiga de Elizabeth, quizá te ha contado de mí.

―No, no lo ha hecho.

―Ya lo hará.

Elizabeth me lanzó una mirada asesina. Luego invitó a su chica a ir a otra mesa.

―Pero ¿por qué? Cuéntame de ustedes, ¿dónde se conocieron? ―preguntó Javiera.

Yo tomé mis cosas y me puse de pie, era hora de irme.

―Adiós, Javiera, fue un placer. Elizabeth, avísame cuando vengan de nuevo, así podemos tomar un café juntas y yo misma le cuento cómo nos conocimos. ¡Nos vemos!

Salí del local. Llevaba caminando apenas tres cuadras cuando recibí un mensaje:

“Tú ganas, podemos seguirnos viendo de vez en cuando… pero por favor, no me arruines esto, ella es valiosa para mí”.

Siempre había chicas valiosas, siempre se enamoraba perdidamente de alguna, pero seguía cayendo en mis brazos. Mi Elizabeth… algún día se dará cuenta de que me pertenece, mientras tanto, yo puedo esperar.

"Amante de las letras, los misterios de la noche y los gatos. Romántica por esencia, pasional por instinto. Enamorada de su primer amor..."

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