Convicción
Por
―Hay mucha gente, ¿estás segura de que quieres seguir?
―No me importa si nos ven, vivo en otra comuna, aquí nadie me conoce… de hecho, a ti debería importarte menos, eres soltera. La que está en una relación soy yo.
―Porque quieres. Estás con ella por conveniencia, admítelo.
―La amo.
―Entonces, ¿qué haces aquí, conmigo?
Me lo pensé un momento, aunque Paula ya sabía la respuesta. Estaba en aquel callejón porque ella me gustaba, me gustaba mucho. Porque nunca me iba a atrever a tener algo serio con ella, por un tema económico, y aprovechaba aquellos encuentros fugaces; porque estaba cansada de mi vida en pareja, monótona y moribunda. Necesitaba sentir la adrenalina correr por mis venas, mi sangre entibiándose, mi corazón latiendo a mil; y eso solo Paula podía dármelo.
―Me gusta salir a divertirme de vez en cuando.
―Es curioso, podrías salir a divertirte con otras amigas, pero insistes en llamarme a mí.
―Mejor cállate y bésame.
Seguimos besándonos, el aire de la noche se sentía agradable y no tenía ganas de volver a mi casa. Las caricias sobre la ropa no eran suficiente y, como en cada encuentro, lo único que hacían era dejarme más sedienta, más deseosa de consumar por fin lo que con otra mujer, que no fuera mi pareja, nunca había hecho. Solo había estado con mi novia y mi curiosidad por tener otro cuerpo enredado al mío me estaba matando. En el barrio bohemio en el que estábamos era muy sencillo encontrar un lugar donde poder estar solas, pagar por un par de horas no sería un inconveniente, se lo propuse.
―Tú estás loca, ¿verdad? ―respondió.
―Siempre lo he estado, pero más desde que te conocí.
―No sé si quiero ir a un lugar en donde tantas personas han tenido sexo…
―Pero si precisamente eso es lo que queremos tú y yo… sexo.
Mis manos se aventuraron por debajo de su polera, como era amplia, no me costó acariciar sus pechos por sobre el sostén, gimió y susurré en su oído: “vamos, solo será sexo sin compromisos”. Ella asintió.
Tomamos un taxi, le di la dirección de un motel que había visto en un volante y nos llevó hacia allá.
Cuando estuvimos en el cuarto cerré la puerta con llave, la besé y, sin soltarla, la conduje a la cama. La luz estaba prendida, podría ver su cuerpo, ese que había visto solo en las fotos que me enviaba de vez en cuando: sus brazos firmes, su abdomen plano, sus pechos pequeños y firmes, su cintura delgada… su cuerpo se sentía tan bien bajo el mío, tan cálido, tan suave. Me quité la polera y la ayudé a hacer lo mismo, mis besos bajaron por su cuello y su pecho, toqué sus pezones, que ya se notaban sobre la tela, y deslicé los tirantes de su sostén. Al bajar la prenda, un impulso animal me empujó a besar y lamer sus pechos, primero suave, después no tanto. Su respiración se agitó y sentía latir su corazón como el de un colibrí. Bajé por su cintura, mis manos se detuvieron en sus caderas y, para mi sorpresa, ella se incorporó, me sujetó las muñecas y en una maniobra muy hábil me dejó boca abajo, se posicionó cerca de mis muslos y su pelvis hizo presión tras de mí.
―Quieta, te dije que vendría contigo, no que te iba a dejar cogerme…
Sus palabras, lejos de desmotivarme, hicieron que la deseara más, ella era así: impredecible. Tomó mis jeans y los bajó por mis piernas junto a mi ropa interior, me tomó del pelo con una mano y con la otra desabrochó mi sostén. Sin soltar mi pelo llevó mi cabeza hacia atrás; esta vez era yo quien se quejaba. “Vas a ser mía esta noche, Valeria”, me dijo. Cuando me soltó, mordió la parte de atrás de mi cuello y dejó que su aliento tibio acariciara mi piel, luego me sostuvo firme de las caderas y comenzó a mover su cuerpo contra el mío en un delicioso vaivén, su sexo húmedo embestía mis muslos y rozaba mi entrepierna.
―Luego será mi turno… ―le dije.
Por respuesta recibí una nalgada, grité.
―Te dije que yo te iba a coger a ti.
Separó mis piernas y lamió mi sexo, sentí su lengua caliente y sus manos apretando mis muslos, ahogué un grito con la almohada, pero Paula me tomó del pelo nuevamente y levantó mi cabeza.
―No… no quiero que todos me oigan… ―le dije.
―Pero yo sí.
No alcancé a decir nada más, soltó mi cabello y sus dedos entraron en mí. Mi lubricación mojó la cama y ella me penetró sin piedad. Sus dedos entraban y salían acompañados de mis gritos; el placer era más grande que el dolor y pronto tuve un fuerte orgasmo que debe haber escuchado hasta la recepcionista del motel.
Caí rendida, temblorosa y muerta de sed. Ella fue por agua y me dio a beber de sus labios, pensé que íbamos a descansar unos minutos, pero Paula quiso hacerme acabar una vez más; esta vez en su boca. Ya no me importaba si alguien me escuchaba, me dejé llevar por cada sensación provocada por su lengua y, luego de un segundo e intenso orgasmo, cerré los ojos un rato, todo me daba vueltas. Paula se acostó junto a mí, me acurruqué en su pecho.
―Espero que te haya gustado ―me dijo.
―¿Acaso no me escuchaste? ―reí―. Vamos, déjame compensarte, muero por tocarte…
―Eso cuando te atrevas a dejar a tu novia.
―Por favor, ¿te vas a poner así ahora? ¿Es enserio? ―La miré.
Se levantó de la cama y comenzó a vestirse. Su cuerpo perfecto había estado tan cerca de ser mío… tan cerca…
―Algún día no vas a tener otra opción. Vas a desear mis manos, mi boca, mi piel…
―La deseo ahora, quédate un momento… por favor…
Ella sonrió, terminó de vestirse, me guiñó un ojo y se fue.
Mi celular comenzó a sonar; era mi novia… no respondí.
Me duché y tomé un taxi hasta mi casa. Cuando llegué encontré a mi pareja con un sexy conjunto marfil. También ella era hermosa, pero por algún motivo, hacía mucho tiempo ya no la deseaba.
Hicimos el amor, más bien, hice con ella lo que no pude hacerle a Paula. No quise que ella me tocara, había tenido suficiente en el motel.
―Descansa, amor, ya es tarde ―le dije.
Asintió, se acurrucó a mi lado y se durmió.
Aquella noche no pude conciliar el sueño… no sentía culpa, solo ganas de volver a ver a Paula.
Cada semana desde entonces busco la forma de verla, pero siempre es lo mismo: me lleva al clímax para luego dejarme ahí, me dice que podré hacer lo que quiera con ella cuando deje a mi novia, le digo que no, se marcha; y así sucesivamente. Pero ya encontraré la forma de convencerla, de hacerla mía… aunque, así como vamos; creo que la que me está convenciendo es ella…
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"Amante de las letras, los misterios de la noche y los gatos. Romántica por esencia, pasional por instinto. Enamorada de su primer amor..."
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