Abrázame (2ª Parte)
Por
¿Qué es lo que estoy haciendo aquí? Solía preguntarme cada mañana.
Me había casado hacía poco más de una año y, a pesar de tener una vida tranquila y una pareja que decía amarme incondicionalmente, sentía que algo me faltaba… mi existencia carecía de adrenalina y quizá todo era mi culpa.
Meses antes de casarme había visto a Constanza, aquella chica que una vez me ayudó a conseguir un crédito para entrar a la universidad, esa joven asistente social con la que había compartido más que una amistad… Yo me había enamorado profundamente, pero al parecer, ella no de mí. Después de llevar una relación conmigo de casi un año había decidido irse a otra región, a pesar de mis ruegos y súplicas. Me prometió que todo seguiría igual, que viajaría cada fin de semana, sin embargo, yo no pude soportar la situación y decidí manifestarle mi descontento dejando de responderle, alejándome de a poco… lo único que logré con eso fue que nos separáramos de manera definitiva. Tiempo después conocí a Carla, yo estaba en último año de veterinaria y, luego de una relación breve, pero intensa, habíamos tomado la decisión de casarnos. Ella suplía perfectamente la falta de atención que había sufrido estando con Constanza. Carla había egresado de leyes, era atenta, dulce, decidida y muy atractiva: sus ojos café intenso, su metro setenta y cinco, ese cabello castaño claro que llevaba corto y peinado hacia el lado derecho… Sí, tenía que casarme, hubiera sido una idiota de haberle dicho que no.
Para mi desgracia, después del matrimonio las cosas se habían puesto un poco rutinarias, ella me amaba, no cabía duda, pero toda esa perfección se me hacía extraña, ajena… como si viviera una vida prestada. Yo me había enamorado de Carla, estaba segura, se me erizaba la piel con sus besos, me alegraba verla llegar cada tarde y cuando hacíamos el amor me sentía segura y feliz entre sus brazos, pero esa felicidad se disipaba minutos después. Y luego de haberme enterado de algunas cosas, simplemente nunca volvió:
En una ocasión entré a su computador para revisar mi cuenta bancaria y vi algo que no debí. Lo sé, no es bueno hurgar en las cosas de otros, pero mi curiosidad fue mayor: una burbuja de chat se abrió en la pantalla haciendo ese ruidito característico de aviso de mensaje, entonces la vi. Era una conversación en la que decía estar muy feliz conmigo, muy enamorada; aunque yo fuera menos que ella… “menos que ella”, y que no se arrepentía de haber dejado su vida de soltera, de saltar de cama en cama cuando le diera la gana para estar con una sola mujer, que aunque yo no era tan bonita como las chicas con las que había salido antes, estaba bien así, porque me amaba… Su amiga había respondido con un emoji guiñando un ojo.
¿Era normal que me doliera tanto lo que leí? Desconocía gran parte de su pasado, pero debía agradecer que, a pesar de todas las oportunidades “mejores” que tuvo, me había elegido a mí… ¿O no?
Lloré amargamente, aún no descifro si lo hice porque me habían hecho daño sus palabras, o porque con esa decepción me había dado cuenta de que no era amor lo que sentía por ella. El punto era que, desde esa tarde, nunca volví a despertar feliz a su lado; peor aún, ya no tenía orgasmos cuando teníamos sexo, y digo sexo porque siento que nunca volvimos a hacer el amor.
Unas semanas después del incidente, estaba de lo más aburrida en mi trabajo. Los lunes siempre eran lentos en la consulta veterinaria, y más durante la mañana, por lo que me puse a revisar el celular. Abrí mi correo electrónico y la ociosidad me hizo revisar viejos e mails, los fui eliminando uno a uno hasta que, de pronto, vi su nombre… Constanza. Aún tenía el último correo que me había enviado, en el que me deseaba que fuera muy feliz. Sin pensarlo, respondí el antiguo mensaje diciéndole que no estaba muy bien y que tenía muchas ganas de verla. Horas más tarde, vi que tenía una respuesta de Constanza, se me apretó el estómago:
“Sé que me dijiste que no te hablara más, por eso me sorprende que lo hagas tú. Sabes que siempre puedes contar conmigo, dime si necesitas algo y haré lo que pueda para ayudarte. Un abrazo”.
Le escribí que necesitaba verla y me respondió que esa tarde estaría en casa, la colega con la que arrendaba se había mudado así que vivía sola. Me preguntó si quería ir por un café, o si prefería que nos viéramos en otra parte. Respondí que iría a su departamento.
Llamé a Carla, le dije que esa noche tendría turno de emergencias y me senté a esperar a que llegaran mis pacientes y se acortara la tarde de una vez.
Cuando salí, me arreglé el pelo, me puse mi abrigo rojo y tomé un taxi; aún recordaba la dirección. Llegué en quince minutos, bajé del auto y caminé hacia el edificio, subí un par de pisos, me paré frente a la puerta y antes de que tocara, ella me abrió.
―Te vi desde la ventana. Pasa.
Entré, el clima de junio era uno de los que más odiaba y agradecí que tuviera la estufa prendida. El lugar olía a café con vainilla.
―Gracias.
―Deja tu abrigo en el perchero, te traeré un café cargado, como te gusta, y unas galletas.
Me conocía tanto como yo a ella. La vi algo tensa ante mi presencia, ¿sería posible que aún sintiera cosas por mí…?
―Constanza, perdón por no responder antes tu e- mail… pensé que mientras menos supieras de mí, mejor sería para ambas.
―Lo sé. No te preocupes. Debe pasar algo grave para que vengas a hablar conmigo… ¿está bien tu salud?
Había verdadera preocupación en su voz. Mi dulce Constanza, siempre pensando en el bienestar de los otros. A lo mejor me había equivocado todo ese tiempo y ella sí me había amado, aunque fuera un poco.
―Mi salud está bien, lo que está pésimo… es mi matrimonio ―guardó silencio, dejó la bandeja sobre la mesa de centro, se sentó frente a mí, tomó una de las tazas y bebió de ella―. Creo… creo que me casé demasiado pronto…
―Rocío ―tardó en responder―, somos adultas y nos conocemos bastante. Si no estás enferma o algo por el estilo, creo que sé exactamente por qué estás aquí; no viniste a hablar precisamente.
―Tienes razón ―dije con el corazón en la boca. Deseaba enredarme entre sus brazos, acariciar su pelo largo y ondeado, mirarla a los ojos y besarla una vez más. Posiblemente, ella lo sabía desde que le había pedido verla―. Puedo hablar de esto con muchas personas, pero necesitaba verte, quería reafirmar lo que siento…
―¿Quieres usarme para salir de dudas? ―dijo después de un largo silencio, sus labios rojos me tenían embobada―. Quieres saber si, después de estar conmigo, aún quieres volver con ella, ¿verdad? ―me quedé callada, mirándola―. Te dije que te ayudaría en lo que fuera, así que… aquí estoy.
Tomó de un sorbo lo que le quedaba de café y se puso de pie. Se quitó el sweater y desabotonó la blusa que traía debajo dejando a la vista su ropa interior; siempre usaba encaje negro y eso me volvía loca. Despacio, se quitó los botines, desbrochó sus jeans y los dejó bajar lentamente por sus piernas. Dejé el café a un lado, caminé hacia ella y la tomé de la cintura para alzarla del piso, enlazó sus piernas a mis caderas y sus brazos a mi cuello, como solía hacerlo antes. Caminé hasta su pieza, sabía exactamente dónde quedaba. Al llegar me senté sobre el cobertor, Constanza me besó profundamente. Terminé de quitarle la blusa, besé su cuello, sus hombros, su pecho y volví a su boca. Me levanté, me puse frente a la cama y la dejé recostada allí, me quité el sweater, las botas y los jeans oscuros mientras ella desabrochaba su sostén. No tardé en posicionarme sobre su cuerpo y la ayudé a despojarse de la prenda, luego besé sus pechos, bajé hasta su vientre y lamí sus caderas, le quité despacio la ropa interior.
―Constanza, ¿estás segura de que quieres seguir con esto?
Asintió entre jadeos y seguí en lo que estaba, besé su entrepierna suave y húmeda, subí para besar su boca y jugué con su sexo con una de mis manos. Gritó cuando entré en ella, y luego cuando la hice acabar. Minutos después se incorporó, me empujó dejándome acostada, terminó de desvestirme y su lengua me hizo llegar al clímax, ese que hacía meses no conseguía alcanzar.
La noche había caído, se allegó a mi lado y la abracé mientras le acariciaba el pelo, suave y castaño.
―¿Y? ¿Te ayudé a aclarar tus ideas? ―preguntó.
―No puedo responderte ahora…
―Quizá necesites verme más seguido. ―Se acercó a mi rostro y me besó largamente.
Tenía razón… quizá necesitaba estar más de una vez entre sus brazos para aclararme… o simplemente haría mis maletas al día siguiente; después de todo, Carla no me extrañaría, estaba sobrada de opciones; todas ellas mejores que yo.
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"Amante de las letras, los misterios de la noche y los gatos. Romántica por esencia, pasional por instinto. Enamorada de su primer amor..."
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